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La personalidad inmadura se caracteriza por el infantilismo, porque la edad psicológica de estas personas es notablemente inferior a su edad cronológica. En ellos continúan presentes, a pesar de estar ya en la edad adulta, rasgos y mecanismos psicológicos propios de la infancia, como si el paso del tiempo no les hubiese servido para adquirir otros nuevos, propios del desarrollo normal de la personalidad. Cuando esta discordancia de edad es suficientemente notable y toma un curso prolongado, se constituye en un trastorno de la personalidad con características y consecuencias específicas.
Son personas con un conocimiento de sí mismas equívocas, escaso o superficial, a lo que se añade una falta de coherencia en sus planteamientos, que procede, en buena medida, de la ausencia de una identidad personal suficientemente configurada y de un objetivo de vida realista y perfilado. También se caracterizan por tener una gran dificultad para admitir con naturalidad sus carencias, fallos y limitaciones, las de los demás o las propias de la vida misma. Esto favorece su tendencia a escapar de la realidad mediante la imaginación hacia un mundo de fantasías en donde se cumplen sus deseos insatisfechos, lo que a medio y largo plazo contribuye a distanciarlos más de objetivos vitales realistas, con lo que en última instancia quedan profundamente desorientados, sin saber qué hacer o dónde ir, sin rumbo a dónde dirigir sus vidas.
Tal como les ocurre a la mayoría de los niños, son muy impacientes, caprichosos, pretendiendo lograr sus objetivos de un modo inmediato. Dificilmente son capaces de soportar dificultades a corto plazo por obtener beneficios más tarde, por lo que suelen actuar de un modo primario, guiados casi exclusivamente por apetencias, instintos o tendencias del presente, sin reparar en las consecuencias que pueden implicar tales comportamientos. Su falta de constancia responde a esta falta de planteamientos realistas, a la versatilidad propia de su falta de equilibrio emocional, y de criterios éticos sólidos y de valores estables.
Se produce entonces un imperio del presente por el cual, solamente se pretende sacarle el máximo partido a lo que se trae entre manos. Sentir intensamente las vivencias del momento, ya que la sexualidad se sitúa en primer plano, como principal fuente de autoafirmación de esta personalidad escasamente configurada. Entre ellos, también son comunes las conductas de riesgo, más por desconocimiento del mismo, o por un intento de autoafirmación, que por valor o criterios particulares.
Emocionalmente son poco estables, sufriendo frecuentes altibajos de ánimo que se desencadenan por motivos muchas veces insignificantes ( un pequeño fracaso, el comentario desfavorable de alguna persona), con una fragilidad emocional que hacen que pasen facilmente de la risa al llanto (labilidad emocional). Tienen un bajo umbral de tolerancia a las frustraciones, que hace que se derrumben cuando cualquier cosa no sale tal como habían previsto. Si alguien se niega a que se cumplan sus deseos, reaccionan de forma impulsiva, a veces con agresividad, lo que deteriora sus relaciones interpersonales, que suelen ser un tanto conflictivas debido a su dificultad para dar y recibir un tanto amor, para comunicarse con los demás, para dejarse conocer y establecer lazos afectivos francos, sinceros y profundos.
Además, tienden a idealizar previamente a los demás, que se continúa de un sentirse defraudados y concluye con actitudes rígidas y rebeldes. Esta intolerancia e inflexibilidad que muestran hacia los demás contrasta con la transigencia que pueden mantener consigo mismos, lo que no es más que otra manifestación de su incoherencia interna. En otras ocasiones, se puede advertir una exagerada influencia de ciertas opiniones ajenas, quedando al arbitrio de la moda o de la influencia pasajera de alguna persona que, en ese momento, adoptan como líder. Es lo que comúnmente se entiende por "falta de personalidad".
Como resultado final de todas estas características se produce por igual que le sucede a los niños una falta de independencia, de auténtica autonomía, que dificulta que estas personas se puedan desenvolver por sí mismas de forma adecuada. Son por tanto, como niños con la edad de adultos, personas incapaces de asumir con responsabilidad tareas propias de estos últimos, como el matrimonio, la paternidad, etc.
Principales características de la personalidad inmadura:
- Desconocimiento de uno mismo. Personalidad poco configurada.
- Impaciencia.
- Inmediatez.
- Falta de constancia.
- Comportamientos irresponsables.
- Comportamientos caprichosos.
- Ausencia de objetivos y planteamientos realistas.
- Desconocimiento del riesgo.
- Escaso control de instintos, impulsos y tendencias.
- Tendencia a ensimismarse en fantasías.
- Intolerancia a la frustración.
- Inestabilidad y labilidad emocional.
- Dificultades para aceptar los propios fallos y limitaciones.
- Dependencia.
- Relaciones afectivas superficiales, rígidas y exigentes.
- Criterios éticos y valores inestables.
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