martes, 17 de septiembre de 2013

FREUD Y LAS EMOCIONES



Con el psicoanálisis, se introducen en el estudio de la emoción las ideas fisiológicas y psicológicas de la modernidad. La hipótesis de Freud conecta la tesis fisiológica cartesiana —la emoción es la percepción de los cambios fisiológicos y movimientos corporales— con la tesis de Hume sobre el papel decisivo que el placer desempeña en la formación del psiquismo, pero lo hace de una forma completamente nueva. Freud acepta —siguiendo a Hume— que la emoción no es un evento mental o first impression, sino una imprensión secundaria o reflective impression. La diferencia entre Freud y Hume consiste en lo siguiente: según el padre del psicoanálisis esta impresión secundaria no deriva de ninguna impresión original —ni directamente ni siquiera mediante la interposición de una idea— pues la causa de la emoción no tiene nada que ver ni con la conciencia ni con el cogito.
La distinción entre la causa de la emoción y la emoción misma resuelve aparentemente el problema cartesiano de la oscuridad y confusión presentes en la emoción. En efecto —según Freud— la emoción, en cuanto que fenómeno de conciencia, es clara, pero se trata de una claridad engañosa que esconde la oscuridad y confusión de su origen. La fuente de la emoción, como también de los demás fenómenos de conciencia, es el Ello. El Ello, cuya materia prima es la libido o pulsión instintiva más impersonal y antigua, sirve de fundamento a las otras dos partes de la psique: el Yo —constituido por el pensamiento y el juicio— es la parte del Ello modificada por el influjo del mundo exterior, y el Super-Yo —constituido por la interiorización de las primeras relaciones parentales— es la parte que reprime los instintos censurándolos o sublimándolos.
Según Freud, la emoción contiene dos elementos distintos: por un lado, las descargas de energía física; por otro lado, ciertos sentimientos (percepciones de las acciones motrices que se producen y sentimientos de placer o desagrado que dan a la emoción sus características esenciales). La unión de estos dos aspectos nace de la repetición de una experiencia particular que debe colocarse en la prehistoria, no del individuo, sino de la especie. La experiencia original que se encuentra en la base de la afectividad es el deseo sexual de la infancia que permanece reprimido e inconsciente. El objeto o la persona que produce la emoción debe ser relacionada con este deseo. Cuando la energía instintiva que reside en el subconsciente es alta, hay necesidad de descargarla hasta conducirla a un nivel normal. Si la descarga no se produce a través de los canales apropiados (la conducta sexual), se usan entonces las válvulas de seguridad, es decir, las emociones. El afecto es considerado así como un signo de la energía instintiva primigenia.
A la tesis de Freud puede hacerse la misma crítica que al conductismo. Si bien el padre del psicoanálisis distingue entre diversas estructuras (entre el Ello o nivel de las puras fuerzas físicas, el Yo o conciencia y el Super-Yo o instancia de control), todas ellas se reducen en última instancia a fuerzas físicas o impulsos. Tal reducción no es filosófica, sino dogmática; deja fuera, como pseudoproblemas, algunas cuestiones importantes. Por ejemplo, ¿cómo puede reducirse a signo de un instinto primigenio la gama variadísima de las emociones, especialmente la alegría, la tristeza, el sentimiento del deber, el sentimiento estético?
Al situar el origen de las emociones en la prehistoria de la especie, Freud propone la existencia de una única tendencia originaria, la libido. Sin embargo, más que hablar de una tendencia única, debería hablarse de una multiplicidad de tendencias o sistema de tendencias; así, el afecto de un padre o de una madre por su hijo recién nacido no puede explicarse a partir de la libido, sino a partir del sistema epimeletico.
Por otro lado el planteamiento freudiano presenta un valor retórico y ético contrario al sentido común y a la ética. El psicoanalista analiza la emoción, porque ve en ella el símbolo de algo oculto. A diferencia del orador aristotélico, no trata de suscitar la emoción en el paciente, sino de descubrir su causa. Una vez desvelados los deseos censurados o reprimidos, el psicoanalista intentará convencer al paciente de lo que debe hacer para volver a la situación de equilibrio psíquico. En este punto, la retórica y la hermenéutica psicoanalíticas se transforman en ética: el deber no deriva —como sería lógico— del juicio racional sobre el bien de la persona, sino sobre el modo de satisfacer la libido.

EPIMELETICO: Se dice del comportamiento social del individuo que se relaciona con el cuidado de otros individuos de la población.

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